miércoles, 13 de abril de 2011

El polvo

Llevo dos semanas perdido en un espacio que no llego a controlar. Es un espacio nuevo con el que intento armonizar sin desesperarme; en el que pretendo acomodarme sin que chirríe. La luz domina en este nuevo espacio y tranquiliza mis nervios pero todavía me envuelve una nube invisible de polvo finísimo que, día a día, se va posando sobre el suelo, sobre los estantes, sobre los libros, sobre los retratos; es un polvo que, multiplicándose exponencialmente, no gratifica nada y voy tragando sin que se agote; es un polvo infinito y permanente, imposible de aspirar con ninguna máquina, inmóvil, estático, en suspensión; persistente como la lluvia y pertinaz como la puta sequía, obstinado, obcecado, intransigente; es un polvo inasequible al desaliento, que me persigue en el baño, en la cocina, en el despacho, en la escalera y cuando me meto en la cama. Los trapos, las máquinas, los productos diversos y múltiples que voy empleando en esta guerra sin cuartel contra el maldito, inagotable y eterno polvo sucumben sin remisión. Me rindo. Nunca pensé que un puto polvo me hiciera decir esto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario