martes, 1 de noviembre de 2011

Vidas ¿rotas?


Hay casos en los que por solucionar problemas "mayores" se obvian asuntos "menores". Pasa en las mejores familias. Problema mayor: que la madre o el padre o ambos no se queden solos y vivan sus últimos años en su propia casa, debidamente atendidos y acompañados, a ser posible por una hija (siempre es una hija). Solución: en efecto, una hija se presta voluntariamente y cumple de sobra con los requisitos que todos sus hermanos le exigirían a cualquier asistenta social que quisiera presentarse. Todos acuerdan pasar una cantidad a la hermana por los servicios prestados, forma parte de la solución. Hasta aquí, todo correcto.
Pero siempre existen asuntos "menores", daños colaterales se dice ahora, que normalmente no salen a la luz nunca, ya que siempre perjudican a la persona voluntaria y si ésta los reclama se expone a que le digan lo de que se presentó sin presiones y que se llegó a un acuerdo. Y no dejaría de ser cierto.
Siempre digo que el hecho de no votar en unas elecciones, o votar en blanco, no te quita el derecho a protestar o reclamar por aquellas acciones de los elegidos con las que no estés de acuerdo. Sólo faltaría. Mis impuestos valen lo mismo que los de los que les votaron.
Pues en este caso es lo mismo. La hermana, que vivía y trabajaba en la ciudad, dejó todo para irse al pueblo con sus padres. La hermana, que estaba casada, se llevó al marido al pueblo y como éste no soportaba la convivencia sobrevenida, compraron una casa en la que se instaló él, ya que ella debía convivir con sus padres, según el acuerdo. Por supuesto que él no puso ninguna pega y, con el tiempo, llegó a acostumbrarse a la nueva situación, limitándose a ir a casa de los suegros los domingos para la comida familiar. Nunca protestó por tener que comer solo o por tener que dormir solo o por hacer las labores domésticas y hasta llegó a hacer bromas sobre que tenía una vecina que de vez en cuando le visitaba, refiriéndose a su mujer. Más tarde, la broma pasó a decirle a ella que cuando volviera a casa, al morir sus padres, tendría que dormir en otra habitación y atenerse a las normas de él, para poder llevar a bien la convivencia, ya que había cogido mil manías y se había vuelto raro, pero que muy raro. Todos reían las ocurrencias de él, comentando por lo bajini lo cierto que era que se había vuelto raro.
En la reunión que tuvieron  todos los hermanos al cabo de los años, volvieron a hablar de los mismos problemas para llegar a las mismas conclusiones y, ante la ausencia del marido de la "voluntaria", alguien llegó a decir que cómo no estaba, siendo como un hijo más y con el mismo derecho a opinar que cualquiera de ellos…
Los mismos derechos, sí. Los mismos perjuicios, no. Como decía, daños colaterales se dice ahora.