sábado, 14 de mayo de 2011

Vivir a lo ancho

Conocí un chico que hizo de su vida, durante unos años, una línea muy fina y, creía él, muy larga. Se había enamorado de una chica que era lo más y, durante un tiempo, no veía otra cosa. Se estrechó de tal manera su ámbito vivencial que, después de dormir agitado por las noches, se levantaba pensando en ella, dedicaba las mañanas a escribir versos y otras ensoñaciones que ella le inspiraba, hacía la compra que le encargaba su madre en la tienda que ella atendía, para verla y poder hablar un rato, los días que estaba sola o con poca clientela; utilizaba a una amiga común para hacerle llegar los escritos, repasados, corregidos y pulidos durante días, eran tiempos en los que Internet no existía; aprovechaba los ratos que su madre se ausentaba de casa para llamarla por teléfono, con la cabeza llena de ideas para desarrollar durante la conversación y, luego, al oir su voz por el auricular, se quedaba en blanco y, algunas veces, llegó a colgar lleno de espanto. Cuando, tras mal comer, salía por las tardes, no hacía otra cosa que buscarla con la mirada, mientras deambulaba por el barrio con los amigos, sin enterarse siquiera de lo que éstos hablaban. Al final del día, tenían por costumbre juntarse las cuadrillas de él y de ella en el barrio para jugar a prendas y otras mariconadas, que a él le hacían inmensamente feliz porque hoy rozaba su mano, mañana le daba un beso, cualquier día se cruzaban sus miradas y las sensaciones superaban todo lo imaginable. Aquello terminó igual que empezó, ella siguió con su vida a lo ancho y él buscó, o encontró por azar, otro objetivo para volver a escenificar su propia versión de los hechos a lo largo del fino hilo, en el que, como mucho, cabían él y sus fantasías. Con los años, la propia vida le enseñó que no se puede alargar o acortar, es lo larga que es, pero sí ensanchar o estrechar y la experiencia le ha llevado a hacerla lo más ancha posible, para que tengan cabida a la vez todas las vivencias que, a lo largo, sería imposible disfrutar. Estos cuentos suelen terminar reconociendo que es uno mismo el protagonista. Pues vale.

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