domingo, 22 de enero de 2012

El Pisotón


Lo tengo dicho muchas veces, de los deportes me gusta el juego en sí mismo, la habilidad, la resistencia física, la visión global que tienen algunos jugadores, la capacidad de repartir y compartir, la disposición para el sufrimiento, la actitud de quien, haciendo su trabajo, pasa, o lo intenta, desapercibido. No en vano, he sido entrenador de baloncesto durante años, con el correspondiente título nacional que lo acredita. (En efecto, con mi actitud, el balance será, seguramente, de más partidos perdidos que ganados).
Del deporte profesional no me gusta que lo que es válido para todas las personas en todos los ámbitos no lo sea en el suyo.
A mi edad, todavía no consigo entender que lo que en la calle, en el puesto de trabajo, en la panadería o en el bar es un delito, no lo sea en un campo de fútbol o en una cancha de baloncesto. Si se trata de la posible intencionalidad o no del hecho, menos entiendo aún que se pueda demostrar en un acto callejero o en los ámbitos privados citados, sin testigos ni cámaras de por medio, y se consigan sentencias aleccionadoras, como se hace, y se ponga en duda, en cambio, dicho carácter de intencionado a un acto ejecutado ante decenas de miles de testigos presenciales, con grabaciones desde todos los ángulos posibles, saliendo, en definitiva, impune el delincuente de turno.
Si probáis a meterle un dedo en el ojo a vuestro compañero de trabajo, a pegarle una patada en la huevera, a darle un codazo en la nariz, escupirle en la cara, tirarle del pelo y clavarle el tacón de vuestra bota en la espinilla, dos cosas; primero, no se lo hagáis todo al mismo y el mismo día y, segundo, cuando salgáis, estará la policía con las esposas preparadas esperándoos en la puerta.
Este ejemplo tiene el mismo final si cambiáis deporte por hacienda y deportistas profesionales por políticos en ejercicio.

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