lunes, 14 de marzo de 2011

Botones

Al abuelo le saca de quicio que un crío, por el método de cogerse un buen botón, o sea "lloro hasta que me lo des", consiga todo lo que se proponga. Cuenta que cuando tuvo el bar veía casos de auténtica cárcel para algunos padres.
Se suele reir mucho contando que a su hija, un día que se lo cogió morrocotudo, la metió debajo de la ducha y se le pasó para siempre..., no porque se ahogara sino porque corrigió su costumbre. No sé dónde termina la realidad y dónde empieza la exageración, pero algo de eso hubo.
No se le ablanda el alma nunca, cuando ve un crío en esa actitud. Busca a sus padres con la mirada y los fulmina.
Esto viene a cuento del número que montó el otro día en la mesa. El txikito, como dice él, levantándose a media comida y que se iba... Y su padre no sólo no le decía nada sino que seguía hablando con él, de lado a lado del comedor, tan tranquilamente. Y, claro, explotó. Yo le veía que iba cambiando el gesto y que empezaba a echar humo, hasta que brincó de su silla y empezó a gritar "¡¡JODER!!, ¿has terminado de comer? -dirigiéndose al crío- ¿No? Pues siéntate en la puta mesa y espera a que terminemos todos. Pero ¿Os parece normal que estemos en el primer plato y uno sentado en el sofá y el otro dándole conversación desde la mesa...? -esto ya dirigido a su padre-." Hacía tiempo que no le veía tan encendido, que hasta le temblaba la mano cuando volvió a comer. Al rato, queriendo apaciguar la cosa se dirigió al crío de nuevo "A ver, ¿a ti te parece normal levantarte en el primer plato y largarte de la mesa?", "Es que mi padre me ha dejado", "Ya, pero te parece normal", "No", "Pues eso", mientras mantenían este diálogo, su padre, en medio de los dos, hacía la estatua de piedra.
Abuelo hasta la muerte, ya os digo. El caso es que, después de la bronca, todos los críos, incluído el susodicho, terminan de comer y se suben en las piernas del abuelo, le tocan la barba, le enredan el pelo, le ponen pinzas... Y él encantado. En el fondo, es un amor.

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